Todos hemos quedado
admirados, cuando vamos al circo y contemplamos como estos grandes y fuertes
animales se dejan dominar, realizando grandes proezas para luego permanecer
quietos, atados a una pequeña cadena.
Durante el
espectáculo, el enorme animal hace demostraciones de peso, tamaño y fuerza.
Levantando enormes pesos, arrastrando enormes troncos y hasta un vagón de tren.
Pero después de su actuación y hasta un segundo antes de entrar en escena el
elefante queda prisionero, quieto, atado, sujetado solamente por una cadena que
le ata a una pequeña estaca, sujeta su pata trasera.
Sin duda
alguna la estaca es sólo un pedazo de madera, enterrado algunos centímetros en
la tierra. Y a pesar de que la cadena nos puede parecer a nosotros grande y
poderosa, es obvio que este animal, que es capaz de arrancar un árbol con su
propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. Sin embargo no
lo hace.
El misterio
es evidente. ¿Que es lo que le mantiene atado?, ¿Por qué no huye? Un niño nos
diría que el elefante no escapa porqué está amaestrado, domesticado, pero
nosotros sabemos que el elefante del circo no escapa porqué ha permanecido
atado a una estaca desde que era muy, muy pequeño.
Ahora
imagina al elefante cuando era muy, muy pequeño sujeto a la estaca. Estoy
seguro de que él luchó por soltarse. Posiblemente hizo de todo para intentar
liberarse. Pero a pesar de todos sus esfuerzos y tentativas fracasó.
La pequeña estaca ciertamente era más poderosa
que él. Finalmente queda agotado por tanta tentativa inútil y se duerme
cansado, frustrado por su torpeza. Al día siguiente y con su energía renovada
intenta con nuevos bríos liberarse de la cadena que lo esclaviza, pero tampoco
lo consigue, como tampoco tiene éxito ninguno de los días que siguen.
Hasta que un
día, un día terrible para su historia, el animal acepta su impotencia y se
conforma con su destino.
Los años
pasan y el pequeño elefante crece y sin darse cuenta se transforma en el
poderoso animal que vemos en el circo, pero en su mente permanece la imagen que
tenía de si mismo, la del pequeño animal sin fuerzas, encadenado a una estaca
de la cual no pudo liberarse.
El enorme y poderoso elefante que
vemos en el circo no escapa porqué cree que no puede. Él tiene el registro en
su mente, el recordatorio de su impotencia, de aquella incapacidad que sufrió
poco después de nacer y que le hizo resignarse a su desgracia.
Pero esto no
es lo peor que puede haberle ocurrido al elefante, sino que lo más grave es que
jamás va a volver a cuestionarse este registro.
Nunca jamás volverá a probar su fuerza frente
a la atadura.
Este es el
motivo por el que permanece atado, domesticado, privado de libertad.
Su enorme memoria le ha jugado una mala pasada
al elefante, su memoria y su falta de apreciación de que el tiempo ha
transcurrido y, por lo tanto, sus circunstancias se han transformado. Ignora
que donde no tuvo éxito en el pasado ahora sería un simple empeño conseguirlo.
Esta es la realidad
del elefante y lo mismo puede
sucedernos a nosotros.
Vivimos
creyendo que no podemos hacer un montón de cosas, simplemente porqué una vez,
cuando éramos niños, lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos como el elefante: lo gravamos en
nuestra memoria: “No puedo”, “No puedo y nunca podré” Extrajimos esta
conclusión de las circunstancias que nos tocó vivir, la archivamos en nuestra
mente y ahora cada vez que algo nos recuerda la misma situación nuestra memoria
nos traiciona y nos recuerda nuestro fracaso.
Pero
ahora no somos los mismos que antes. Nosotros hemos crecido y las
circunstancias han cambiado, los años han transcurrido y tenemos muchos
recursos nuevos para enfrentarnos a las situaciones que la vida y nuestro
destino genera.
La historia
del gran elefante atado a una pequeña cadena es un cuento muy antiguo, ignoro
si es un cuento popular o si pertenece a alguien. Pero cada vez que pienso en
ella no puedo dejar de compararme con este elefantito.
Crecemos
elaborando conclusiones sobre nosotros mismos que guardamos en nuestra memoria.
Así es como
funciona la mente, a fin de archivar la experiencia, comprimimos el
acontecimiento hasta reducirlo a una generalización:
“No
puedo” “Nadie me quiere” “Todo me sale mal” “No sé”… Y asumimos el hecho, ya
nunca más volvemos a intentarlo.
A veces, de
vez en cuando, sentimos una inquietud, como una brisa de libertad que refresca
nuestra cara y nos recuerda que las cosas podrían ser mejores.
Entonces
probamos liberarnos, pero el escaso convencimiento en nuestro propósito, la
falta de continuidad, la ausencia de conocimiento de cómo hacerlo nos hace
fracasar, y lo que es peor, confirma nuestro estigma: “No puedo y nunca podré”.
La única manera de
liberarse de nuestras pesadas cadenas es llenando nuestra mente y nuestro
corazón de coraje e intentarlo una y otra vez hasta conseguirlo.
Yo siempre
pienso: “Cual es la causa de que unos consigan romper sus cadenas, mientras
otros no consiguen” ¿Qué es lo que podría estar causando esta parálisis
emocional y espiritual?
Ha veces
tengo la impresión que nuestra sociedad juega un papel muy importante en
nuestra domesticación.
La aceleración, el
diario competir, la especialización y el ocio entre otros factores sociales nos
orienta a que cada vez pensemos menos, a que sigamos unas rutinas, dejando de
la mano de algunos especialistas las cuestiones fundamentales, no sólo de
gobierno sino las más privadas y personales.
Tengo la sensación
que se nos educa a conformarnos con lo que nos sucede. A creer en los
diagnósticos sin posibilidad de remisión.
A veces,
incluso algo tan hermoso como el agradecimiento puede ser manipulado y
transformado en conformismo. Es entonces cuando recuerdo la historia del
elefante y pienso: No seremos como el elefante, grandes y poderosos, pero con
una auto imagen de pequeños, incapaces y desvalidos. No será que como ya
escribió Luis Cernuda: Acabemos adorando las cadenas, sin alegría, libertad ni
pensamiento.
Las cadenas nos
sujetan, pero con audacia, conocimiento y renovado esfuerzo lograremos
liberarnos y experimentad la dicha y la paz que sopla más allá de nuestros
autos impuestos límites.
No seas como el
elefante. Vuelve a intentarlo.
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